Objeto transicional
Existen niños que nunca se separan de sus osos de peluche. Existen
otros que siempre llevan consigo el mismo trozo de tela. Y otros tantos
no soportan ir a la guardería sin un guante de mamá. Los psicólogos los
denominan objetos transicionales, aunque también se suele hablar de objetos de
consuelo.
Casi siempre se trata de objetos relacionados con las sensaciones
de succionar, oler o sentir una cierta textura junto a la cara; suelen ser
cosas suaves al tacto y por lo regular asociadas a la cama y al sueño. Las
mantas, los peluches y ciertas prendas de vestir están entre los preferidos.
Otras veces el pequeño elige algo sorprendente, corno el guante o el frasco de
crema que usa mamá.
Porque, eso sí, es el propio niño quien lo elige. A nosotros puede
parecernos feo, antihigiénico, inadecuado o difícil de limpiar. Y probablemente
acabará deteriorado, sucio, hecho pedazos... Pero el amor, en este caso, es
ciego. Para nuestros hijos sigue siendo esencial, a veces hasta extremos
insospechados, y cuanto más viejo y gastado, más querido e idolatrado.
Pero no todos los niños tienen un objeto de consuelo. Por ejemplo,
parece que los aficionados al chupón o que disfrutan chupándose el dedo, son
los que menos suelen recurrir a ellos, quizá porque esa costumbre de chupar ya
cumple la función de consolarlos. Pero lo cierto es que en todos los niños
suele darse al gesto, algún ritual, alguna pequeña manía que hace ese papel.
Que el niño tenga apego a un peluche o a un trozo de tela y no quiera separarse
de él ni a sol ni a sombra puede resultar incómodo a algunos padres, pero no debe
ser motivo de preocupación, pues no es anormal ni tampoco síntoma de un
problema en su desarrollo psicológico.
De hecho, un niño que recurre a su osito o a su almohada para
calmarse y darse seguridad está mostrando que es capaz de crear y utilizar sus
propios recursos. No se han encontrado diferencias entre los que no usan
objetos de consuelo y los que arrastran alguno durante años.
Por fin ha llegado el momento de preguntarnos a qué profundas
razones psicológicas responden estos objetos de consuelo. O lo que es igual:
¿de qué tienen que consolar? Parece que es necesario relacionarlos con la
llamada angustia por la separación, que aparece sobre todo desde: el final del
primer año de vida. La telita, el guante o el frasco funcionan como una especie
de talismán que protege al pequeño contra esa angustia. En ese final del primer
año, cuando los niños empiezan a sentir agudamente el alejamiento de la madre,
el objeto elegido cumple la misión de suplirla. Un sustituto que además, y a
diferencia de la madre real, tiene la ventaja de estar siempre a la mano y bajo
el control del pequeño. Y, en caso de enojo, puede golpearlo o regañarlo sin
que se inmute.
Al cumplir uno, dos, tres años, el objeto sigue cumpliendo su
función protectora. Los avances hacia la independencia no están libres de
inseguridades, miedos y nostalgias del pasado. Pero ahí está su amigo fiel, tan
familiar, siempre junto a él, brindando una impresión de refugio y seguridad.
Sobre todo en situaciones nuevas e inquietantes (de viaje, al empezar la guardería...)
es algo que conecta al niño con la casa, con sus papás, con lo seguro. Y, lo
que es muy importante, el objeto de consuelo es un magnífico compañero de
sueños que ayuda a combatir la soledad, la oscuridad y las fantasías
inquietantes. Acariciándolo y apretándose contra él, el pequeño se reconforta y
puede luchar mejor contra los temores nocturnos. Incluso, si no elige por sí
mismo un objeto para dormir, no es mala idea ofrecérselo, aunque sin obligarlo,
pues hay niños que no lo necesitan.
Dar tiempo al tiempo
A veces los padres se sienten tentados de hacer desaparecer al
amigo inseparable
de su hijo o de alejarlo poco a poco de él, pero ambas cosas
son innecesarias. Lo mejor es no interferir en esa relación. A medida que el
tiempo pase, lo necesitará cada vez menos y acabará prescindiendo de él por sí
mismo. En algunos casos puede que esto no ocurra hasta los cuatro o cinco años.
Mientras, es preferible colaborar.
Tengamos en cuenta que gran parte del valor del objeto, lo que lo
hace tan especial, es precisamente su aspecto, su tacto, su olor... Por eso
sólo se debe lavar si antes se ha obtenido el consentimiento del pequeño. Por
otro lado, aunque esté probada la eficacia del objeto para consolar al niño,
tampoco hay que exagerar y ofrecérselo cada vez que esté triste o angustiado.
Es mejor que él mismo decida si lo quiere o no en ese momento. A lo mejor
necesita llorar y que lo consolemos nosotros, o desea calmarse solo. El objeto
de consuelo es un valioso auxiliar, pero no tiene por qué ser el único (lo
mismo vale para el chupón, en los niños que lo usan).
Y desde luego que no debe usarse nunca como una excusa fácil para
que los padres dejen de brindar al niño las necesarias muestras de cariño,
apoyo, caricias, compañía y estímulo. Algunos niños sólo necesitan su objeto de
manera ocasional, pero ya dijimos que otros le son fieles durante años. Los
padres, también lo hemos dicho, deben esperar a que sea el niño quien decida
separarse de él. Hasta que llegue ese momento, deben procurar que no se pierda.
Por eso conviene establecer algunas normas en cuanto a sacar el objeto de casa,
pues si el menor lo lleva a todas partes, es fácil que lo extravíe.
En ese caso, los padres no sólo se quedarían sin un valioso
recurso a la hora de ayudar al niño, por ejemplo, a conciliar el sueño, sino
que pueden ser testigos de una tragedia: se han dado casos en los que la
pérdida del objeto de consuelo ha sumido al pequeño en una depresión
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